Límite = Contención

Establecer reglas claras y consistentes ayuda a tu hijo a tener conciencia de sus actos y a su autorregulación.

El gran aporte de María Montessori para la crianza de nuestros hijos tiene que ver con conocer su desarrollo natural y respetarlo, ofreciéndoles guías de manera empática y respetuosa. El límite es contención que les da seguridad para ejercitar su voluntad y comprender todo aquello que sí pueden hacer.
De muy pequeños, los chicos aún no tienen la capacidad de obedecer conscientemente: solo responden a impulsos internos que les indican qué tocar, qué mirar, qué escuchar, adónde ir. Por eso, durante los primeros años, tenemos que acudir a estrategias como readecuar el espacio físico o distraer su atención para detener una conducta, para disuadirlos o persuadirlos, y a las rutinas consistentes para crear hábitos saludables.
La capacidad de discernir qué está bien y qué es adecuado se va incoporando con el tiempo, a medida que se desarrolla el lóbulo prefrontal del cerebro. Esto sucede alrededor de los tres años de edad. Las actividades de la vida diaria que tienen un propósito real, las rutinas y los hábitos, el conocimiento de reglas y límites, apoyan el desarrollo de la conciencia de sí mismo.
Gradualmente, tu hijo se va a volver consciente de las consecuencias de sus actos, de las reglas y de lo que se espera de él, de sus pensamientos y de los pensamientos de los demás. A partir de los tres años, y a medida que crece su independencia, sentirá que es capaz de cooperar en la vida familiar. Poco a poco será más capaz de contraolar sus impulsos y tendrá un mayor autoconocimiento como para elegir lo que es bueno para él. A esa capacidad la llamamos “disciplina interna” y tiene que ver con la autorregulación, que más de una vez podrá ayudarlo a sobreponerse ante determinadas situaciones que le resulten adversas.

CLAVES PARA PONER LÍMITES
  1. Dale reglas claras y coherentes.
  2. Calificá los hechos (“lo que hiciste está mal” o “fue una torpeza”), no a tu hijo (“sos malo”, “sos torpe”).
  3. Jamás acudas al castigo físico, bajo ninguna circunstancia. Destruye su confianza y lo hace sentirse con derecho a castigar a otros.
  4. Las amenazas vacías no sirven.
  5. Tené noción de la cantidad de “no” y “sí” que decís por día. Siempre que se pueda corregí en positivo, por ejemplo: “La mesa es para comer, dibujar, trabajar; para sentarnos usamos una silla”.
  6. Introducilo de a poco a las reglas de convivencia social (como decir “por favor” y “gracias”).
  7. Tené paciencia ante los errores. Tomate el trabajo de reconocer las reacciones de tu hijo y las razones que lo llevan a actuar de determinada manera.
  8. Mostrale las consecuencias de sus descuidos. Ejemplo: si volcó el vaso, ofrecele un trapito y mostrale cómo limpiar.
  9. Usá una voz calma y firme (¡funciona más que enojarse!). Agachate a su altura para hablarle y miralo a los ojos.
  10. Acompañá la disciplina de amor incondicional: que sepa que tu amor no depende de cómo se porte.

Chicos y reglas, etapa por etapa

De 0 a 18 meses. Aún no pueden obedecer, salvo que lo que se les pida coincida con su impulso vital.
18 meses hasta 3 años. Ya entienden, pero a veces pueden hacer caso y otras “no les sale”.
De 3 a 6 años. Son capaces de respetar las reglas…, aunque pueden elegir no hacerlo.

A partir de 6 años. La obediencia se convierte en una decisión interna, producto de su reflexión. No es una imposición del adulto, sino un “reconocimiento” hacia la confianza que ese adulto les despierta.