Conocé qué es el apego, cómo se construye y por qué es vital durante las crisis del desarrollo.
¿Observaste cómo se comportan los mamíferos con sus crías? Las mantienen cerca, las lamen, les dan calor y las amamantan. Todo esto mientras sus sonidos corporales operan como una suerte de continuum de lo que pasaba dentro del vientre. Lo mismo sucede –o debería suceder– con los humanos: ese primer contacto confirma la presencia de la mamá y la extensión de una relación preferencial. Es gracias a ella que ese nuevo ambiente podrá ser explorado de una forma segura.
El nacimiento es una muy abrupta –aunque necesaria– separación del estado anterior del ser. En la vida prenatal llega un momento en el que las posibilidades del vientre materno se agotan y es entonces cuando el bebé tiene que buscar un espacio más amplio. Pero, claro: el bebé solo trae a ese nuevo ambiente… ¡su persona! Por eso decimos que la clave de ese pasaje es la madre. A través de ellas la transición puede ser feliz. “En el nacimiento se debe proteger la relación entre la madre y el niño, una relación que es tanto biológica como psicológica”, explica Silvana Quattrocchi Montanaro en un pasaje del libro Un ser humano. “Es esencial para ambos y la única forma de transformar la separación del parto en un nuevo apego que reproduce, aunque de diferente manera, la unidad de vida que ha sido la característica básica desde el embarazo”. Está bueno saber que el apego no “existe” por sí solo. Se desarrolla –igual que un músculo– cada vez que buscamos construir con nuestro hijo la “confianza básica” que tiene dos patas: por un lado, la confianza en el ambiente; por otro, la confianza en sí mismo. El apego se puede desarrollar con un cuidador primario que no necesariamente sea la mamá, puede ser el papá, la abuela, el tío u otra persona que atiende todas las necesidades del bebé. Esa persona será la figura de apego primaria, su figura de referencia. En este sentido es importante saber que el apego seguro se nutre en esos vínculos.
En el proceso de crecimiento de los chicos hay cuatro momentos especiales en los que su camino gradual hacia la independencia se vuelve más manifiesto. En todos ellos hay involucrada una separación: justamente por eso resulta vital que, para transitarlos lo mejor posible, seamos capaces de desarrollar un buen apego. Para poder separarse, el niño necesita sentirse seguro, necesita confiar en su entorno y en sus referentes.
“Crisis” no tiene por qué querer decir algo malo. Durante sus crisis de desarrollo un chico pone a prueba cuán preparado está para continuar el sendero de su humanización. Es mucho más que un avance cronológico: se trata de verdaderas y muy diversas capacidades físicas y psíquicas que se ponen en juego en la aventura de crecer. Es súper importante que como madres y padres sepamos de estas crisis evolutivas. Así vamos a poder reconocer lo que les pasa a nuestros hijos y comprenderlos mejor. Y, sobre todo, vamos a poder crear mejores condiciones en el ambiente que los ayuden a transitarlas.
El hecho de nacer demuestra el poder de hacer frente a un mundo nuevo. Las llaves para equilibrar esa ruptura tan abrupta serán los puntos de referencia o recuerdos del embarazo: la voz, el latido del corazón de la mamá y el papá o sus manos tocando la boca. El cuidado, respeto y aceptación se transmite en la manera en que lo tomamos en brazos o lo movemos al cambiarlo o bañarlo. La relación piel con piel con la madre y otros cuidadores primarios, la nueva manera de recibir alimento a través de la boca, el lenguaje hablado, la libertad de movimiento apoyan la confianza básica del bebé. La lactancia materna es el modo natural de desarrollarla, pero cuando alimentamos a nuestro bebé con mamadera, el apego también sucede.
La segunda crisis evolutiva involucra un momento importantísimo en el que se pone a prueba la capacidad de nuestro hijo para recibir nuevos alimentos más allá de la leche materna o de fórmula. Esta ruptura implica cambios físicos (como el desarrollo de habilidades para masticar y digerir) y también psicológicos. Cuando el bebé empieza a comer adquiere una conciencia más precisa de sí, al comer por sí mismo –tomar un trozo de alimento y llevárselo a la boca, o darle una cuchara y ayudarlo a cargarla con comida para que la lleve a la boca–, está dejando atrás la necesidad de estar físicamente apegado a la persona que lo alimenta, y esto implica un nuevo grado de separación y de desarrollo de su individualidad.
Este tercer momento se da cuando el bebé empieza a gatear, a desplazarse por sí mismo y a descubrir que las cosas –entre ellas, su madre– no desaparecen si no las ve: es algo tan profundo y esencial como diferenciarse físicamente de la mamá. Por eso es clave que podamos ayudarlo a manejar ese momento de gran cambio con todas las emociones y esa nueva “inseguridad” que le provoca separarse de nosotras. También es posible que se inquiete o incluso llore ante la presencia de personas ajenas a la familia: esto no debería leerse para nada como algo negativo, sino como un signo más de su autoconciencia. Es importante darle tiempo para que reconozca a otros y se sienta seguro, no forzar que acepte los brazos o las caricias de alguien extraño, sino permitirle que lo acepte cuando esté cómodo. Podemos ayudarlo con juegos en los que un objeto desaparece y aparece, o hablándole si vamos a salir de su rango visual o avisándole de antemano, en caso de que tengamos que salir. Evitemos iniciar su escolarización en esta etapa, es mejor hacerlo antes o después.
Esta crisis se da alrededor de los dos años, cuando los chicos empiezan a decir que “no” a cuanta propuesta les hagamos: es un momento fundamental en la construcción de la personalidad porque el niño comienza a hacerse consciente de su individualidad. El cambio es tan repentino que muchos padres llegan a sorprenderse. ¿Qué es importante tener en cuenta para guiarlos en este período? Ser conscientes de todo aquello que sí pueden hacer. Por ejemplo: si justo están por salir y tiene que vestirse, podés explicarle las razones por las que necesita abrigarse, además de permitirle tomar él mismo la ropa, que idealmente debería estar en un lugar a su alcance. En general buscamos que no sienta nada como intempestivo o impuesto porque eso genera una férrea oposición. Comuniquemos los planes de antemano: “En un ratito tenemos que guardar los juguetes para ir a bañarnos”. Aunque a veces sea desconcertante, es un momento para disfrutar: nuestro hijo se convirtió en una personita, en alguien singular, capaz de entender y de decidir por su cuenta.