Los chicos son exploradores por naturaleza. Cómo motivar su contacto con el ambiente que los rodea.
¿Te acordás de los malvones de tu abuela? ¿Del olor del pasto cuando te tirabas a jugar? ¿Del sonido de la lluvia en tu casa de la niñez? Nuestros hijos, igual que nosotros alguna vez, son pequeños observadores de lo minúsculo cotidiano. Para ellos todo es novedad y lo absorben con los cinco sentidos. Cada color, cada textura, cada sonido y cada olor se impregnan en su psiquis por primera vez. Es su ser lo que se está formando en contacto con lo que los rodea. Por eso, cuanto más rico en estímulos sensoriales sea el entorno, más elementos van a poder incorporar a su personalidad, más relaciones significativas van a poder establecer. Como mamás y papás podemos acompañar este descubrir guiándolos en su encuentro con la naturaleza.
“Nada hay en la inteligencia que no estuviera antes en los sentidos”, dijo Aristóteles.
Para que un chico entre en contacto con lo natural, no hace falta esperar a las vacaciones ni trasladarse al campo. Los árboles de la cuadra para él son tan misteriosos como una selva. La plaza más cercana y hasta las macetas del patio pueden servir de escenario para su encuentro con el verde, la tierra, los bichitos.
¿Qué les aporta este vínculo con la naturaleza? Les permite comprender el ritmo y los ciclos naturales. Observando los árboles, por ejemplo, pueden comprobar el paso de las estaciones, ver el proceso de floración y hasta el ciclo de las frutas, experiencias muy ricas que les hablan sobre el comportamiento de toda forma de vida en la Tierra. Además, estar en contacto directo con el cielo, los árboles y los pájaros acarrea un montón de efectos positivos sobre el estado de ánimo. Se trata de percepciones sensoriales que activan centros del cerebro asociados al bienestar y a la calma.
A veces, por miedo a que se lastimen o enfermen, nos interponemos entre el ambiente y nuestro hijo e impedimos que se enfrenten al viento, que se mojen con la lluvia o que caminen sobre el barro.
Observar nuestros propios temores es un gran paso. Luego, sí, podremos crear condiciones seguras para que los chicos entren en contacto con la naturaleza, no ya como algo exterior a su mundo, sino como parte de él. El objetivo es colaborar con la construcción del conocimiento, pero también dejar lugar para que se sorprendan y exploren. Correrse del rol de mediador para que puedan incorporar el aprendizaje a su manera. Demos lugar primero a la experiencia. No los llenemos de información que no nos piden todavía, contestemos solo la pregunta hasta donde la pregunta llega. Dejemos que ellos mismos observen, relacionen, descubran. Ya llegará el día de los “por qué” más profundos. Darles solo las palabras necesarias para describir lo que ven y tocan (nombres, cualidades), y una vez que haya concluido su exploración, podemos recordar y contar lo que vimos.
El ritmo de lo natural: el proceso de sembrar y esperar a que una planta germine estimula en tu hijo la observación y ejercita la paciencia.
Observación atenta: un simple hormiguero puede ser una organización natural muy rica para detectar trabajo en equipo, jerarquías y previsión. ¡Pueden ayudarse con una lupa!
Jerarquizar la belleza: recolectar hojas de diferentes colores, formas y tamaños, clasificarlas, hacer un collage, o pintarlas son grandes opciones para valorizar belleza natural.
Catálogo de flores: pequeñas flores silvestres recogidas en la plaza pueden ser un hermoso catálogo botánico. Hay que dejarlas secar prensadas con papel absorbente en un libro.